El horror del Congo

Este artículo está basado en el libro King Leopold’s Ghost de Adam Hochschild, que puedes prestar en la biblioteca.


“Anything approaching the change that came over his features I have never seen before, and hope never to see again. He cried in a whisper at some image, at some vision—he cried out twice, a cry that was no more than a breath: “‘The horror! The horror!”

Joseph Conrad, Heart of Darkness

Entre 1885 y 1908, se documentaron algunas de las peores atrocidades humanas cometidas por conquistadores europeos en el Congo a manos de Leopoldo II de Bélgica. A través de sus políticas de explotación murieron más de ocho millones de personas.

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Leopoldo II de Bélgica

Antes que los europeos colonizaron el mundo, en los tiempos medievales de 1350, un monje dibujó un mapa de África donde describe el continente como habitado por cíclopes, centauros y gente que caminaba en sólo un pie. Con el paso del siglo, otros cartógrafos aficionados con una imaginación más viva describían personas con una pierna, tres caras y cabeza de león o que habían aves gigantes capaces de cazar elefantes. No fue hasta la era de la navegación portuguesa en 1482 que África realmente fue descubierta y los europeos se dieron cuenta de la abundancia de riqueza y menor progreso de las civilizaciones presentes en el continente; que a pesar de ser de tez diferente a la suya no eran monstruosos como contaban las leyendas. Aquí empezaron los problemas. El descubrimiento de la riqueza africana abrió paso a siglos de colonización, saqueo y destrucción de varias sociedades africanas, aunque es importante recordar los aportes importantes como la escritura. De estos conquistadores, no hubo nadie más vil que el rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo.

El Congo fue uno de los últimos territorios africanos vírgenes a la conquista a finales del siglo XIX debido a su infame geografía que lo ubicaba en medio de densas selvas tropicales con animales peligrosos como gorilas, leones, leopardos, lobos y cocodrilos come-hombres. Además estaba ubicado lejos de todas las costas africanas y su acceso era sólo navegable por ríos. Ningún poder establecido europeo como Francia o Inglaterra se había atrevido a aventurarse en el Congo a pesar de su presencia en múltiples territorios africanos. Henry Morton Stanley, un explorador galés y experto en el terreno, tenía planes de conquistarlo. Tras tocar a la puerta de varias monarquías europeas y siendo rechazado, se topó con Leopoldo II. Leopoldo II era apenas el segundo rey de Bélgica, en ese entonces una nación con menos de cien años de existir y que históricamente había sido dominada por otras potencias locales.

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Congo Free State Art

Leopoldo vió la oportunidad de conquistar el Congo como la forma de legitimar su reino, y se puso a trabajar en una forma de tomarlo diplomáticamente. Bajo la intención falsa de evangelizar a los “salvajes” del Congo con el cristianismo, Leopoldo ideó su plan de viajar al Congo no en representación de Bélgica,  sino en representación propia bajo la excusa que el dinero de la expedición había sido “noblemente donado” de sus propios bolsillos. Delegó a Morton para determinar su estrategia militar. Al llegar, Morton convenció a los locales, que jamás habían visto un hombre blanco, que los europeos eran invencibles empleando algunos trucos e ilusiones. El más infame fue cuando Morton le dió un rifle con pólvora pero sin balas a un local, y le pidió que le disparara. Al sonar el estallido de la pólvora, Morton se retorció en el piso por unos segundos, recuperó su compostura y se quitó el zapato, sacudiéndolo para dejar caer una bala. Los líderes de las tribus cayeron espantados y firmaron un contrato en el cual esencialmente le vendieron todo el Congo a Leopoldo II como su empresa personal. El contrato no significaba nada en el Congo, que aún no había desarrollado un sistema de escritura, pero sirvió para justificar su presencia en la región ante el resto de Europa.

De vuelta en Europa, Karl Benz acababa de patentar el primer automóvil en Stuttgart, 1886. Fue rápidamente adaptado por la nobleza, y la demanda de los recursos para crearlos subió exponencialmente, en especial el hule para las llantas que era particularmente escaso. El Congo era el paraíso del hule, y Leopoldo se dió cuenta de la oportunidad en el mejor momento posible. Varios voluntarios de Dinamarca, Holanda y Bélgica entre otros fueron soldados voluntarios para evangelizar el Congo, y al toparse con la riqueza y libertad absoluta, muchos se fueron seducidos por su lado más salvaje. Fue entonces donde se esclavizó a la población y se tomó prisioneras a las mujeres de cada pueblo. Sin ninguna institución de derechos humanos cerca y dominio total sobre la población,  la instrucción para los hombres era la siguiente: cada día tenían que entrar al bosque y regresar con 15kg de hule, de no ser así, los belgas ejecutarían a sus esposas e hijas.

La estrategia funcionó, y las fuerzas de Leopoldo decidieron que la mejor estrategia era reinar con brutalidad. Reunieron a jóvenes congoleses y les dieron armas con las que los enviaban a quemar aldeas y esclavizar a las poblaciones de otras tribus. John Harris, un misionero, dio su testimonio de las técnicas brutales que tenían estos soldados. Les instruían que por cada bala que dispararan de su rifle tenían que regresar con la mano de la persona a quien mataron. Al final del día contaban sus balas y quienes no tuvieran suficientes manos cortadas para justificar el uso del rifle pagarían con su propia mano o la mano de sus seres amados. Su esposa, Alice Harris pudo tomar varias fotografías gráficas que comprueban las historias.

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Mientras tanto, el resto de Europa vivía bajo el engaño que Leopoldo era un gran humanista que había liberado a los congoleses de su ignorancia e incluso (irónicamente) los había salvado de una compañía árabe que estaba esclavizando a la población. Varios artículos pagados por Leopoldo contaban de las maravillas de su trabajo a pesar que la mayoría de sus autores (¡incluyendo el propio Leopoldo!) jamás habían puesto un pie en el Congo. No fue hasta 1897 que Edmund Dene Morel, un empleado de una empresa de carga marítima, comenzó a darse cuenta del engaño. Se dió cuenta que muchos barcos belgas estaban importando cargamentos llenos a más no poder de hule, pero sólamente exportaban armas y municiones, usualmente acompañados de uniformes del ejército de Leopoldo. Algo estaba mal. Morel se dió cuenta que no había tal cosa como intercambio entre Bélgica y el Congo.

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E. D. Morel

Morel se enlistó para transportar cargamentos de hule y tomó nota detallada de todo lo que vió. La muerte y destrucción fueron tan ensordecedoras que Morel se vió obligado a renunciar a su puesto para dedicarse tiempo completo a ser reportero. Publicó el West Africa Mail, que contenía noticias relevantes de las atrocidades cometidas en la región, y sus trabajos despertaron la alarma de Europa que ahora veía a Leopoldo como un asesino. En 1907, después de años de activismo de Morel que lo llevó a hablar con Theodore Roosevelt, se presionó a Leopoldo a liberar el Congo, pero no fue castigado por su reino de terror. Un año después de la liberación del Congo, sumido entre riqueza, Leopoldo II murió cómodamente en su palacio.

Hoy en día podemos leer El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness) y darnos cuenta que los personajes despiadados como Kurtz no fueron productos de la imaginación de Joseph Conrad. El propio Conrad fue capitán de un navío que comerciaba en el Congo, y pudo darse cuenta en sus viajes de las condiciones miserables que la conquista había traído. Es un reflejo de la crueldad que estaba pasando en realidad. Afortunadamente la tragedia sucedió en la época dorada de la escritura de diarios o journals y la fotografía ya podía capturar escenas reales que sirven de evidencia para condenar los actos de Leopoldo. Lastimosamente, la venida de la primera guerra mundial y consecuentemente la segunda guerra mundial borraron el horror del Congo de la mente de los europeos, y apenas hasta hoy se reconoce lo que pasó. Bélgica ya retiró las estatuas de oro de Leopoldo II de Bruselas, y su recuerdo ahora está manchado con la sangre de las ocho millones de almas que murieron durante su reinado.

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